martes, 28 de octubre de 2014

La leyenda de Nada

Nada era bella e infinita.
Nada era única, plena y a la vez hueca.
Nada solo se conocía a si misma. Esta era su gran virtud, pero a la vez, su terrible maldición.
No podía entender su existencia. La tristeza la inundaba cada vez mas profundamente.
Por mucho que intentaba, no conseguía encontrar una solución a la soledad.
Ni luz ni oscuridad, ni tiempo. Sola, la hermosa Nada.
Y lloró.
Sus ojos se habían abierto, para desahogar su pena y las lagrimas  se convirtieron en tiempo, que fluye desde entonces.
Nada, asombrada, comprendió que algo había cambiado.
Y se lleno de gozo.
Con lo que eran lagrimas, que ahora es tiempo, se empezó a formar un río.
Nada ya no estaba sola.
Tiempo era muy joven, pero crecía muy deprisa.
A  Nada le asombraba mucho las formas que adoptaba, y su movimiento.
Nada no se había movido jamas antes, pero era lógico, pues solo ella existía y no tenia sitio a donde ir.
Nada sintió algo en su interior.
Y de sus labios surgió una carcajada.
Su alegría se convirtió en una diminuta y a la vez infinita semilla de luz.
Tiempo había empapado por completo a Nada y ella ahora se sentía como nunca antes.
Sentía que lo que hasta ahora había sido, iba a cambiar por completo.
Y así fue.
La semilla Luz, empapada por Tiempo, brotó.
Y Nada comprendió que debía dejar todo su ser para que esta semilla creciese y así ella dejaría de ser Nada.
Así pues el tiempo pasa mientras la semilla crece, llenando a Nada, mientras el murmullo del río acompaña a lo que ahora es, Todo.